Con los escritos de Hipólito o, mejor, “los Hipólitos” nos enfrentamos a una de las cuestiones más polémicas de la patrología. En efecto, pocas figuras han merecido tan gran atención por los estudiosos y han despertado tan vivas discusiones, sin que hasta la fecha se haya conseguido una postura unánime.
Desde luego, hablar de un solo padre de la Iglesia llamado Hipólito de Roma supone negar evidencias y desatender argumentos de peso de los que se deduce la existencia de dos autores con ese mismo nombre, pero de zonas distintas y de períodos temporales diferentes, por cercanos que sean.
Por otra parte, esta obra –escrita en torno a 200 o poco antes– nos acerca a la figura del Anticristo, que personifica en el cristianismo al antagonista de la divinidad y que aparece de diferentes maneras en diversas culturas y épocas, especialmente en el mundo judío: desde el Tiamat babilónico hasta los Titanes y Gigantes de la mitología griega, pasando por el Tifón egipcio o el Apocalipsis neotestamentario.
Las menciones del Anticristo o las alusiones a él son escasas en el Nuevo Testamento (1 Jn 2, 18-23; 1 Jn 4, 1-4; 2 Jn 7-9; 2 Ts 2, 1-12; Ap 13, 11-18; Ap 17, 1-18, 24), pero a raíz de ciertas interpretaciones del Antiguo Testamento (Génesis, Deuteronomio, Jeremías, Ezequiel, Daniel…), sumadas a esos otros testimonios, el Anticristo y el más allá constituyen dos temas principales de la apocalíptica cristiana a partir de mediados del siglo II.
Sirviéndose del método de la exégesis aplicada a una gran variedad de textos bíblicos, sin apoyarse en la filosofía ni en la cultura griegas y con inspirados recursos alegóricos, Hipólito funda una verdadera «anticristología» que conservará su fama e influencia a lo largo de los siglos.
La presente traducción es la primera edición íntegra de esta obra que se publica en lengua castellana.