Luis y Celia Martin, padres de santa Teresa de Lisieux, se muestran unos santos cercanos al común de los mortales. No son consagrados, ni célibes, sus vidas están tejidas por el trabajo –él, de relojero; ella, de encajera–, vida de familia numerosa, pertenecientes a asociaciones parroquiales, vecinos de sus vecinos. Vivieron con todas sus consecuencias y circunstancias la espiritualidad propia de su tiempo en una Francia del siglo XIX aún convulsa por las secuelas de la revolución, el anticlericalismo y cierto jansenismo espiritual. Luis y Celina han sido santos en la humilde realidad de sus vidas, con una sencilla fe sustentada en la oración en familia, en la educación de sus hijas, la misa diaria, las lecturas piadosas, el amor a Dios y al prójimo, la fidelidad a la Iglesia…
El itinerario vital, el pensamiento y la obra de san Juan de la Cruz. A través de las páginas de este libro, Carlos Ros pretende penetrar en la vida y los escritos del santo de Fontiveros para dar su perfil más exacto posible. "Creo que es osadía glosar la figura de Juan de la Cruz, el santo de la nada, como le llamó Hegel, el trovador del cielo, el poeta por la gracia de Dios, el maestro del camino de la cruz y buscador de Dios, el hombre celestial y divino, que apodó Teresa de Jesús. Juan de la Cruz -el más grande y original poeta y cantor del amor divino- ha sabido escoger su sitio oculto y velado en el Monte Carmelo. Iba para cartujo y Teresa lo convirtió en descalzo, que aúna el retiro de la oración con la apertura al mundo. Juan elegirá siempre la vida oculta de silencio, oración y penitencia, pero no rehusará los oficios, que los tuvo varios y de alta responsabilidad". (Del Prefacio)